Marcelo Percia (Buenos Aires, 1954), es ensayista, psicoanalista y docente en la cátedra de Teoría y Técnica de Grupos en la Facultad de Psicología (UBA). Desde los comienzos de la cuarentena, Percia difunde sus reflexiones sobre esta situación inédita que atraviesan el mundo. La incertidumbre, el miedo, la angustia, la esperanza, la relación Estado-mercado, el sentido común y la normalidad, son algunos de los conceptos que repasa en esta entrevista con Diario Z.
¿Qué fue lo que más lo movilizó desde que estalló la crisis por el coronavirus?
Una de las cosas más conmovedoras desde el punto de vista de la civilización es que la muerte no pueda ser acompañada. Siempre morimos en soledad, pero la entrada a la muerte deseamos que sea acompañada, con un abrazo, una mirada, con alguien que te sostenga la mano en esos últimos momentos. Una cosa que está pasando con este virus es que la muerte no es acompañada. Lo mismo con el duelo. Es una de las cosas más dolorosas, uno de los mayores horrores. Y después tenemos la vida sin el abrazo, sin la compañía, que nos pone a la vista una proposición que no teníamos presente: una vida así no tiene sentido de ser vivida. Estas dos cosas son las que más impactan. En el común vivir, el problema de la muerte y la cercanía son cuestiones cruciales, aunque no se hable de ellas. En estas circunstancias se ha precipitado todo. En la historia de la literatura castellana, una de las expresiones que más queremos, que presenta esa resistencia a la soledad de la muerte, está en los sonetos de Quevedo: “Polvo serán, mas polvo enamorado”. No conozco otro verso con tanta potencia: nos volveremos polvo o ceniza, pero la idea de polvo enamorado es la última hazaña ante la muerte. La muerte en este contexto, impide esa hazaña.
¿Cuáles son los efectos inmediatos en la psicología colectiva?
La circunstancia actual es un gran lente de aumento, las emocionalidades de la vida en común se agrandan. La pregunta que me hacés es la pregunta de la incertidumbre. No tenemos una respuesta cierta, ni sabemos cuándo termina esto. No la tienen los sanitaristas, ni nadie. Eso es la incertidumbre. Y ante la incertidumbre apenas alcanza lo que se llama esperanza. La esperanza es lo único que se puede ofrecer, la esperanza sabe que espera. La pregunta es ¿qué espera la esperanza? Hay muchas esperanzas que esperan volver a lo que llamaban normalidad. Hay una discusión sobre esto. Asistimos a un momento extraordinario en el que globalmente se está discutiendo qué significa volver a la normalidad. La primera afectividad que se aumenta en cuarentena, entonces, es la incertidumbre. Equivocadamente se quiere hablar de que estamos frente a un enemigo invisible, y esto plantea una idea de defensa muy difícil: ¿cómo nos defendemos de algo que es invisible? Las paranoias necesitan identificar al enemigo. ¿Toco o no toco? ¿Dónde está la carga viral? Y la depresión es adscribir a algo perdido. Acá está más en juego la incertidumbre que la depresión. No sabemos si vamos a perder o no, no conocemos la magnitud del cambio. La incertidumbre es lo más cercano que conocemos a la angustia. Hablan una misma lengua que es intraducible. Cuando estás angustiado te cuesta describir qué te está pasando, no es ansiedad, no es tristeza. Estamos ante una situación intraducible. Y no necesariamente hay que pensarlo de manera negativa. Simplemente sucede que ante lo intraducible entramos en perplejidad porque ésta es una sociedad que todo el tiempo traduce todo, da certidumbre, ofrece formas de seguridad. En este contexto no hay seguridad, no hay certidumbre que valga. El intraducible abre una franja que no teníamos esperada: se abre la franja de lo posible. Todo puede ser posible, para bien o para mal.
¿La esperanza es que se abran posibilidades para estar mejor?
No, la esperanza sólo espera el bien. Y sabe lo que espera. La esperanza proyecta en el porvenir aquello que quisiera que ocurra. En cambio, en la incertidumbre hablamos de una espera que no sabe qué va a venir. Y cómo no se sabe lo que va a venir, se abre lo posible. Pocas veces en la vida y en la historia se ha presentado la posibilidad de imaginar lo inimaginable, de pensar lo posible, de estar en la espera de un porvenir que todavía no está cerrado. Si la civilización aprovecha este momento, sería extraordinario.
La incertidumbre no es algo no nuevo para el ser humano, la novedad es que es una incertidumbre global.
El hecho de que sea planetaria… no ha ocurrido nunca algo así. Nosotros conocemos la palabra “incertidumbre” y la usamos cotidianamente, pero son incertidumbres provisorias para las que el sistema tiene preparadas un montón de respuestas. Hoy las empresas de seguros… ¿qué seguro pueden venderte en estas circunstancias? Lo que yo llamo “hablas del capital” también están en perplejidad, no tienen respuesta. Las respuestas se las han dejado a los sanitaristas.
¿Qué herramientas tenemos para afrontar este momento de incertidumbre? ¿Dónde encontramos el consuelo?
Tal vez buscar un consuelo no nos conviene. Tampoco nos conviene quedar infectados del temor en caer en la incertidumbre. Tampoco nos convienen algunos discursos del miedo, del tremendismo. No nos conviene el consuelo porque siempre reconforta, inclinado a la aceptación de lo que pasa. No nos conviene tomar a mal el caer en la incertidumbre, porque se abre una posibilidad y este mundo necesitaba pasar por esto porque parecía todo definido. Y no nos convienen las versiones del miedo, con su gramática del pánico, porque están inclinadas a vivir la angustia como algo negativo.
Esa es la lógica mediática.
Claro. La lógica mediática y del habla del capital no pueden pensar en la angustia. Confunden la angustia con depresión y pánico, la tratan de medicar. Pero la angustia no se puede medicar. Es un momento para reafirmar el derecho a la angustia, pero no como algo negativo. Los noticieros confunden sensibilidad con tremendismo, que es una forma de negación de la angustia. Porque la angustia incuba rabia, un común dolor. Y esa rabia se vuelve peligrosa para el sistema, incluso en el estado de confinamiento. Yo creo que tenemos que discutir el lenguaje con el que definimos lo que nos está pasando, no temer a la incertidumbre, a la perplejidad, despejar a la angustia del miedo y liberarla, resistir al tremendismo, inventar formas de cercanía. Y discutir las palabras que usa el sanitarismo, entrar en el debate. Se ha discutido mucho la gramática bélica que se usa para el momento. No es lo mismo decir encierro que refugio, reclusión y repliegue, y sobre todo no es lo mismo decir Estado protector y Estado que cuida a Estado represor. Hay bordes.
Usted propone discutir la interpretación de lo que está sucediendo.
Ciertos sectores han usado la palabra Comunismo para asustar, pero acertaron en otro sentido. Lo que vive la Argentina y el resto del mundo, lo que está tensionando las relaciones planetarias es la relación Estado-Mercado, como nunca antes en los últimos 50 o 60 años. En este momento, queda claro que es preferible confiar en el Estado y no en el mercado. Esto era inimaginable hace seis meses. Es preferible confiar en una autoridad pública, responsable, que en los poderes crueles del mercado, que además son suicidas. La lucha por el mercado de los barbijos, de las vacunas, todo eso es suicida. Esto no pasa por una valoración del Estado, sino por la puesta en cuestión de lo que se llama mercado, los poderes privados. Pero recordemos que la preferencia es una condición débil de la elección. Uno opta por la preferencia cuando puede elegir entre alternativas dadas y cuando no hay tiempo. Por eso digo que acertaron con la palabra Comunismo, donde aparece cristalizado la idea de lo común. Tenemos que rescatar la idea de lo común porque hoy está enlazada con esa expresión terrible: el sentido común, el sentido de las mayorías normalizadas. El sentido común busca el consuelo del “ya vamos a volver a la normalidad”.
¿Qué sería esa normalidad?
Es lo que el capital instaló como afectividad de las mayorías, es unificante, es para todos igual. La normalidad es lo más parecido a una fosa común. El sentido común es horroroso. Por eso hay que recuperar la idea de lo común, del común cuidar, del común proteger, del común sentir, del común escuchar, esa resonancia de lo común es lo que les hace temer algo que creían sepultado. Es la idea de un común vivir, algo que alguna vez se llamó comunismo.
Pensando en el día después, ¿se abre la posibilidad de discutir esto?
A mí me gustaría. Unos meses atrás era impensable hablar de esto. Puede ser que gane el sentido común y que se imponga esa normalidad, que todo se siga viendo como antes. Pero también puede pasar que durante este apagón de la normalidad hayamos visto cosas que no vamos a olvidar. Que no podamos olvidar que hay una destrucción del hábitat que no puede seguir, que no olvidemos que los sistema inmunológicos no son individuales, que necesitamos un equilibrio de todos los ecosistemas.
Percia es autor de los ensayos Alejandra Pizarnik: maestra de psicoanálisis (2008), Inconformidad: arte, política, psicoanálisis (2010), Estancias en común (2017) y Después de los manicomios (2018).