Demián Verduga. Redacción Z
En los últimos días hubo varias noticias sobre adolescentes que se ausentaron de sus casas y padres angustiados buscándolos por las redes sociales y los medios de comunicación. Los casos que toman estado público despiertan interrogantes sobre ciertas problemáticas y si acaso se han agravado con la pandemia.
Fabiana Tomei es psicóloga y docente de Psicopatología Infanto Juvenil de la Facultad de Psicología de la UBA. En esta entrevista con Diario Z, hizo una primera definición al abordar el tema de los adolescentes que se van o se ausentan de sus casas y le quitó dramatismo: “No se pueden tomar las todas conductas adolescentes como psicopatológicas”.

¿A qué se refiere?
Es muy importante diferenciar lo que es que un adolescente se ausente del hogar o que se fugue. Además, dentro de las ausencias y de las fugas no son todas iguales. Con los adolescentes corremos el riesgo de pensar como patológica cualquier conducta. A Ricardo Rodulfo (psicoanalista y titular de la cátedra en la que Tomei es docente) le gusta describirlos como una segunda etapa de deambulación. Una de las características de los adolescentes es explorar el mundo. Ir más allá del ámbito familiar. Son exploraciones también respecto de los valores y los mandatos familiares.
Hay algo de esquivar los controles…
Buscan desmarcarse de los controles. Les gusta no ser encontrados. Son cuestiones que forman parte de lo esperable. Esas exploraciones y ausencias se dan hasta dentro de la propia casa. Es muy frecuente que los padres llamen a los chicos, adolescentes, y que ellos estén encerrados en su cuarto y nunca respondan. Están mucho tiempo en su pieza. Es lógico que se desaparezcan un rato de la casa…
En otra época, ¿esto era habitual pero los padres se asustaban menos?
Sí. Y hay un tema de que ahora se los localiza inmediatamente. Además hay más peligros y los padres los llevan o los traen de distintos lugares. No es como antes. Hace muchos años se deambulaba por la calle para ir a clase, a visitar amigos, y se hacía sin los padres. Ahora se tarda muchos años en hacer la experiencia de estar más horas solo. Este deambular también se produce sin rumbo fijo. Ir de la casa de un amigo a la de otro. La noción del tiempo es diferente. No es igual a la de los adultos. Muchas veces salen, se olvidan del horario, y van armado el rumbo en el camino. El tema es que los padres se angustian más rápido. Uno de los motivos es que algunos amigos no se forjan en el barrio ni en el colegio sino en las redes. Es decir que son totalmente extraños para los padres.
¿Son ausencia esperables, entonces?
Muchas sí. Hay una puesta a prueba de los límites, un chequeo de si los papás están presentes y alerta. Se busca tensionar esos límites. Otras veces son actos de rebeldía o un reclamo ante un funcionamiento familiar que no se ha percatado del cambio que ellos tienen. Por supuesto que no me refiero a los casos que salieron en los medios porque no los conozco puntualmente. Otras ausencias comienzan como un juego, una travesura. Y a veces se les va de las manos y tienen miedo de volver a la casa. Se quedan deambulando hasta que alguien los encuentra o esperan una señal para volver. A veces el motivo es que tomaron alcohol de más, que se fueron más lejos de lo que tenían permitido, y se dan cuenta de que los padres se enteraron.
Antes planteó una diferencia entre estas ausencias y las fugas…
Son temas mucho más complejos. Las fugas están relacionadas a veces con el desamparo familiar. Son como un llamado de atención a los papás. En otros casos hay fuga con abandono del hogar, con migraciones a otros grupos, que a veces son más violentos incluso que la propia familia. Esta decisión no tiene que ver solo con el desamparo. Hay casos de maltrato, de abuso. Hay veces que tienen que ver directamente con la sobrevida. Y hay casos de chicos vulnerables que son utilizados para delinquir. Lo que sí ha pasado en los últimos años es que bajó la edad en que ocurren estos episodios. Antes era más habitual entre los 16 y 17 años, ahora es entre los 11 y los 13.
¿A qué responde este cambio?
Son temas complejos que no tienen una explicación lineal. Por ejemplo, en el caso de las fugas por abuso, hoy, con los programas que hay en las escuelas, con las campañas de difusión, hacen que los chicos capten más rápidamente lo que les está pasando, a una edad más temprana. Y una reacción posible es la fuga. Las redes potenciaron que los chicos puedan conocerse sin combatir otro ámbito. Y para los padres es difícil de digerir, cuando en parte lo que los chicos buscan es encontrarse sin pedirles permiso a los padres.
Comparado con otras épocas, ¿hoy los padres se asustan más rápido por la ausencia de los adolescentes?
Es una combinación extraña. Es más fácil hallarlos ahora con los celulares, el GPS, entonces parece que si no contestan en cinco minutos se genera miedo. Los peligros han aumentado. Creció la sensación de que hay más riesgos. Antes los pibes se podían ir más lejos, pero lo hacían dentro del barrio. O si se iban más lejos los padres no se enteraban.
¿La pandemia produjo algún cambio en estas conductas?
Hubo menos denuncias de ausencias o fugas de adolescentes. La cuarentena, el distanciamiento, es algo que generó muchas tensiones. El proceso natural de los adolescentes se vio muy golpeado. Pero no hubo un incremento de las ausencias de este tipo. Hay adolescentes que todavía están temerosos, apáticos, y otros que esperan cualquier momento para volver a salir. Hubo además una estigmatización en este tiempo. Se los puso en la misma tesitura con los jóvenes, que rompieron un poco más los controles. Hubo momentos en que se los puso casi como responsables de la propagación del virus. El impacto sobre ellos fue muy fuerte. Tenemos chicos que quieren salir y otros que están muy abúlicos, que no quieren hacer nada.